jueves, 20 de noviembre de 2008

¿cómo me voy?

Salgo a la calle y me toma un par de minutos decidir si tomar un taxi o caminar hasta la más próxima estación del metro que está apenas a una cuadra. Aunque pensándolo bien, en el subterráneo se pierde uno todo el paisaje. Pero en un taxi... la realidad es que tampoco alcanzas a convivir con la gente y entender cómo viven.

Decido entonces caminar, por qué no, al fin si aprieta demasiado el frío puedo tomar un autobús, de esos que puntualmente pasan por los sitios debidamente marcados.

Claro, no hace falta mucho para darse cuenta de que no me encuentro precisamente en la Ciudad de México.

Creo que nunca he rentado un coche cuando viajo. Soy demasiado norteada como para atreverme a manejar en una ciudad que no conozco y al ponerlo en una balanza, disfruto el contacto con la gente que vive en cada lugar, con sus movimientos cotidianos y sus costumbres.

Luego vuelvo a casa y doy un cambio radical. Me apodero de inmediato de mi propio bólido y no le presto las llaves más que a un valet parking cuando no tengo más remedio. Trato de pensar cuándo fue la última vez que utilicé el transporte público en México y no logro recordarlo. Fue hace muchos, muchos años y lo hicimos más en plan de aventura que como una opción seria de traslado ágil y seguro.

Claro que disfruto manejar y no me quejo de tener que hacerlo, soy una de esas pocas personas que pueden pensar en relajarse detrás de un volante, aunque confieso que cuando el tráfico es estático y el pie apenas se mueve para llevar el ritmo de la música y no para acelerar, me gustaría no tener que hacerlo.

Sin embargo, me enfrento a vivir en una de las ciudades menos amigables y con peor transporte público del mundo (bueno, al menos del poco mundo que alcanzo a conocer).

Vivo a escasos 100 metros de una estación del metro. Claro que podría tomarlo todos los días, sólo que no llegaría a ningún lado. Si trato de hacer ese traslado a mi oficina tendría después que tomar dos camiones, un taxi o caminar cerca de 5 kilómetros. Pero podría irme en un reconocido “pesero”. Si, y vivir la emocionante experiencia de apostarte la vida en cada traslado. O, ¡en un taxi! Y trabajar sólo para pagar mis recorridos.

¡Perdón! Estoy siendo terriblemente ingrata. Ahora tenemos el Metrobus, aunque tengo que confesar que nunca me he subido, reconozco que nos facilitó mucho la vida a quienes transitamos en la comodidad de nuestro propio automóvil por Insurgentes. Claro que ahora resulta que fue tan buena idea que quieren hacer uno en cualquier avenida que exista, lo cual nos está costando lágrimas de sangre mientras la obra está en proceso (si no me creen traten de tomar Xola).

Si alguien sabe cuántos autos particulares circulan diariamente en la Ciudad de México, con un solo pasajero a bordo, que me avise (soy rete mala para la estadística) pero así, a ojo de buen cubero, les digo que son UN MONTÓN. Y luego que por qué dos horas para recorrer 10 kilómetros. Y si alguien tiene una idea de cómo hacer el transporte público eficiente que se la mande al Jefe de Gobierno, con copia a alguien capaz de ponerla a operar.

Mientras, heme aquí en el único colectivo medianamente respetable y respetuoso de las normas de urbanidad.

¡Súbale!

PS A nombre de los operadores de este colectivo levanto la voz para mandar una rechifla al chafierete de los viernes que anda de festejo, 'ora si ya tiene edad para manejar

2 comentarios:

Elma dijo...

Xola, eje 8 y sigue la cuenta... felicitamos al chofer del viernes y saludos a ti

Adrianirris dijo...

Me uno a la rechifla... y hasta madrugó!!! jejeje, Feliz cumple al chofi maestro