martes, 25 de noviembre de 2008

La insoportable levedad de la entrevista de trabajo

Como suele suceder con las rutas de microbus, ante el mínimo embotellamiento o bloqueo urbano, tomemos un atajo. Metámonos en calles paralelas, pasémonos un alto, media cuadra en sentido contrario y listo… librado el asunto.

En este caso, no le entraré de lleno a la avenida de Los Primeros Trabajos (a pesar de que tengo una larga lista de primeras veces según la variada lista de oficios que he desempeñado: de mesero a instructor de buceo).

Cambio de carril… sentido contrario por carril para trolebús en contrasentido.


Aunque resulte poco creíble, la verdad es que hasta hoy mantengo un récord perfecto en lo que se refiere a entrevistas de trabajo: todas a las que he ido han resultado en ofertas de trabajo. Pero no siempre las entrevistas resultaban algo que yo quisiera hacer.

Y ese es mi atajo. Olvídense un rato de su primer trabajo y recuerden no sólo su primera, sino alguna entrevista de trabajo a las que uno puede enfrentarse en este Viacrucis Laboral Post Moderno.

En lo personal me ha tocado de todo. La primera vez que mi actual jefa (esta es la tercera vez que lo es) me entrevistó para posteriormente darme mi primer trabajo como periodista, yo no pude haber pedido algo mejor como proceso de selección que el haber sido entrevistado por ella.

No sólo fue alivianada y atenta, fue darme cuenta que era sólo un par de años mayor que yo y eso facilitaba la empatía y el diálogo, interesada en lo que uno podía decir y dispuesta a hacerte sentir tranquilo y nada nervioso. Y además, es una mujer muy guapa. Entrevistarme con ella me llevó a mi primer trabajo post universitario. Ahí nomás.

Semáforo en rojo… vuelta a la derecha en sentido contrario. Subirse a la banqueta.

Alguna vez, en Xalapa, por azares del destino fui a una entrevista para algo que tenía que ver con no-recuerdo-qué de mercadotecnia.

Al llegar, esperando una cita personal, me encontré rodeado de no menos de 10 personas citadas para la misma hora y por lo visto para el mismo puesto.

Nos pasaron a un salón, con sillas con paleta que no veía desde que estaba en la preparatoria, y nos pidieron esperar.

Pocos minutos después pasaron a repartir unas hojas. Todo indicaba que se trataría de una suerte de examen o algo así.

Entró en el cuarto un tipo y como si nada comenzó a hablarnos de las enormes ventajas de saber hablar inglés, de lo atractivo del programa que ellos habían diseñado para una escuela de idiomas en la ciudad y de lo sencillo que era en estos tiempos hacer notar a alguien la relevancia de aprender el idioma de Shakespeare y hacerlos inscribirse en un curso.

En esos instantes uno no sabe si todo es una broma o no. En verdad yo recordaba que la información de la entrevista y el domicilio coincidían con un puesto en marketing-publicidad y que estaba en el edificio correcto, respectivamente.

Nada de escuelas de idiomas, ni ventas de programas y cursos. ¿Qué chingados hacía yo ahí?

Lo mejor en estos casos es la reacción propia. Levantarse e irse, fingir demencia, continuar con el estúpido teatro y tratar de quedarse con el empleo, fingir una llamada telefónica. Las posibilidades son infinitas.

Yo opté por la menos graciosa. Preguntar por el baño, salir del salón, en el pasillo fingir una llamada al celular que te lleve a querer-salir-para-hablar-con-mejor-recepcion y una vez en la calle no dejar de caminar hasta estar lo suficientemente lejos.

No sé si alguna vez se salieron a la mitad de una entrevista de trabajo. Lo que les puedo asegurar es que se siente como cuando agarras una calle en sentido contrario. Entre lo peligroso y lo liberador.

Por eso ahora soy chofer de esta ruta.

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