jueves, 27 de noviembre de 2008

Ahí donde todo empezó

Apenas me senté al volante me di cuenta de lo difícil que era recordarlo. Mi primer trabajo ¿remunerado o no remunerado? ¿Relacionado con mi profesión o cualquier cosa?

El primer trabajo, trabajo que recuerdo, donde tenía responsabilidades e ingresos fue, sobre todo divertido y pensándolo fríamente creo que si me dejó algún aprendizaje. Se trataba de un curso de verano, donde iba yo a pasar mis días de vacaciones persiguiendo moconetes, organizándoles actividades lúdico-formativas, que en general incluían lodo, piedras, tierra, animales y comida.

En realidad la parte menos grata eran algunos escuincles consentidos con los que no había forma de razonar. Ahora que lo pienso no escarmenté… y aunque no es igual, mis días hoy transcurren de una manera no tan distinta.

Después los cursos de verano evolucionaron en campamentos. Seguía yo invirtiendo mis días y semanas libres en organizarles la diversión a otros. Ah! Y si creen que el sueldo era como para ser unos jóvenes millonarios… obvio no.

¿Saben que es lo peor? A veces lo extraño. Extraño la convivencia con un grupo de locos dispuestos a cargarse la responsabilidad de 50 niños, durante una semana, fuera de la ciudad. Extraño las carcajadas, el perder el sentido del ridículo, aprender a sobrevivir haciendo una fogata y una tienda de campaña (aunque teníamos una casa con cocina y baños a sólo 100 metros). Extraño ver cómo cambian los niños en unos cuantos días, las cartas con caritas felices mal dibujadas que llevaban todo el sentimiento de un pequeñajo que no sabía ni escribir. Sobre todo extraño las llamadas de los papás unos días después diciendo que sus hijos seguían durmiendo en el sleeping bag, usando la mascada que los identificaba como parte de un equipo o que no había forma de quitarles la playera del campamento que ya estaba hecha una desgracia. Eso nos hacía pensar que habíamos tocado la vida de alguien y algo habíamos sembrado.

Por cierto, hace unos meses me contactó por una red social uno de esos niños que me llevaba de campamento. Tantos años después y conserva el lazo que en aquel entonces se creó. Eso, me convence de que mi primer trabajo, que sonaba a hobbie, valió la pena.

Luego la vida se puso seria. Vino la universidad y la hora de decidir para donde iba a ir el futuro. El momento de sentir que uno tiene que empezar a hacerse una trayectoria para llegar a ser alguien. Eso o nada más la absurda idea de “ya soy grande y me tengo que comportar como tal”.
No sé si por accidente, casualidad o treta del destino me invitaron a trabajar temporalmente en una estación de radio: Ondas del Lago (vaya un reconocimiento especial a quien la haya escuchado alguna vez).

La estación apenas nacía, tenia cosa de un mes al aire, así que había que picar piedra y aprender. No sé si porque en efecto apantallé a los jefes o porque urgía gente que le entrara al quite sin pedir mucho a cambio, pero después de dos semanas me ofrecieron quedarme de planta. Los primeros dos meses sin ganar un centavo, después me empezaron a pagar la grandiosa cantidad de $700 mensuales (para que se den una idea estamos hablando de principios de 1996). ¿Para que me servía ese sueldo? Para sentir que mi trabajo era de verdad.

¿Cuál era mi puesto en la estación? Mmmm en realidad quién sabe, si alguien me buscaba preguntaban por “el angelito”… ese era mi nombramiento.

¿Cuáles eran mis funciones? Redactora, reportera, asistente de producción, productora, colaboradora, musicalizadora, mascota y bufón. No, no es que fuera yo muy acá… es que éramos muy pocos y teníamos que hacerle a todo.

En pocas semanas me di mi primer encontronazo con el mundo real. Ya no era historia de aventuras donde la valiente universitaria recorría la ciudad para cambiar de papel y convertirse en una profesional. Más bien era la escuincla, con ganas de comerse el mundo, víctima ideal para un jefe medio inútil, bastante flojo y gandalla, de esos que todos hemos tenido alguno en la vida, o dos o tres o más.

Ahora que lo pienso, esa fue otra de las razones por las que me convertí en la todóloga, todo lo que él no quería, no podía o no se le antojaba hacer me lo endilgaba a mí. Ahora pregúntense quien se llevaba el crédito… si, esa respuesta es correcta.

Cabe señalar aquí que nunca he sido de los que necesitan aplausos ni reflectores (imagínense que hoy me dedico a las RP) pero a nadie le viene mal una palmadita de vez en cuando ¿no?

Total, mi navegación en las Ondas del Lago duró poco más de año y medio, cuando me di cuenta de que trabajar era algo que iba a hacer tooooooda la vida y que se me estaban yendo los más divertidos años de universidad sin disfrutarlos como se debe.

Después de eso han venido muchos trabajos, de muchos tipos. He logrado ir de lo sublime a lo ridículo. Por ejemplo estar el mismo día en el Bordo de Xochiaca y luego en el corporativo de Vitro. O cenar un día en el Rockefeller Center en Nueva York y la semana siguiente recorrer una mina de hierro. Osea aburrirme, es lo único que no hago.

¿Qué conservo hoy de esa primera chamba? Excelentes recuerdos y muy buenos amigos. Tanto que mi siguiente trabajo llegó por ellos, desencadenando una serie de acontecimientos que acabaron en matrimonio, en el cual fungió como testigo la mandamás de Ondas del Lago, pero eso como quién dice, es otra historia.

Y como ya mero me pierdo, mejor le paramos aquí y nos concentramos en la ruta.

1 comentario:

Elma dijo...

Y PENSAR QUE FUI TESTIGO DE CASI.. POR NO DECIR DE TODA.. ESA HISTORIA!! UN ABRAZO