No sé que hay en el aire que se siente un cierto desencanto generalizado. Hasta al micro le andan rechinando los frenos y tronando los cambios.
Ya nuestra muy querida operadora de los lunes se desahogó con el pasaje, el de los martes… bueno ese trae una ilusión que lo tiene en las nubes (ha de ser la excepción que confirma la regla) y hasta el chalán de los miércoles se nos perdió.
Total que dado el ambiente, al que confieso que tampoco soy ajena, se me ocurrió ponerme a pensar en las cosas que, en los peores momentos, son capaces de arrancarnos una sonrisa, levantarnos de la cama y pensar que al final todo vale la pena.
Joaquín Sabina hace un largo recuento de lo que él llama “más de cien palabras, más de cien motivos, para no cortarse de tajo las venas. Más de cien mentiras que valen la pena”. No sé si sean mentiras, tal vez son nimiedades, y prometo no llegar a las 100 porque no hay ruta que aguante… pero acá algunas de esas cosas que para mí, valen la pena:
- Los amigos, los de verdad. Esos que se convierten en la familia que tú eliges y no la que te tocó. Los que igual no ves en meses o años, pero aparecen en el momento preciso. Con los que vas a echar una chela, a ver el futbol, de viaje o nada más te mandas un mensajito con una mentada de madre que, en el fondo, sabes que se traduce en un inmenso cariño
- Una buena taza de café. Aromático, calientito, recién preparado. Si se puede tomar todavía en pijama y descalzo aún mejor. Es un elixir que parece abrir los horizontes y las neuronas
- Un libro. En un parque, un cómodo sillón, una banca o una terraza. Donde sea porque al final, te va a trasladar a otro mundo, otra época, otra historia
- Una cámara fotográfica y cualquier horizonte. La posibilidad de fragmentar la realidad en pequeños cuadros, que digan sólo eso que queremos ver. ¿Se han fijado que un mismo encuadre, retratado por dos fotógrafos, puede decir cosas muy distintas?
- Un buen auto y una larga carretera. Una muy variada selección musical y horas de trayecto. Puede ser con un claro destino o sin él. Sólo por el gusto de sentir la libertad y el poder de decidir hasta dónde llegar
- La adrenalina que acompaña a cualquier deporte. Puede ser el desahogo de rematar un balón con toda la fuerza mientras te sostienes en el aire. O el verlo estrellarse en la red al fondo de una portería mientras el arquero lo mira con desesperación. O el grito en los audífonos de “¡verde!” que marca el inicio de una carrera en la pista, hasta un rebase espectacular en los últimos metros antes de ver la bandera a cuadros
- Viajar. Por gusto, por trabajo, por obligación. Solo o acompañado, con amigos o colegas. Cambiar de aires, conocer otras formas de vida, otras culturas. Extrañar tu regadera o tu cama y volver a ellas como si fueran la tierra prometida
- Un abrazo. Y sobre todo lo reconfortante que resulta después de un trago amargo, viniendo de esa persona, que puede hacer que todo parezca mejor. Claro… los abrazos colectivos y los fraternales también tienen una especial dosis curativa
La verdad es que así le podríamos seguir, lo cual me hace pensar que al final hay tantas cosas que valen la pena, que nunca sobra un esfuerzo adicional por levantarse y seguir adelante.
Querido pasaje (y compañeros operadores) espero que en los próximos días “de recogimiento” encuentren estas y muchas otras cosas que les dibujen una sonrisa en el rostro y que les ayuden a darle pa’lante.
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