miércoles, 18 de febrero de 2009

Saliendo de Chapultepec.

En nuestro último capítulo mencionábamos que habíamos mandado al carajo a un aborto de Godzilla. Bueno pues, íbamos bien chido liro moviendo la carcacha, cuando a unos pasos de la salida del lago de Chapultepec me hicieron la parada un par de tipos, digamos, un tanto pintorescos.

Ambos iban elegantemente estuchados con finísimos tacuches. Uno llevaba moñito al cuello como lindo regalito y el otro llevaba un sombrero de ala con una larga, larga pluma. Como con pinta de músicos, poetas que en el aire las componían y medio locos (o locos y medio, según se vea). Se subieron al micro muy dicharacheros y agarramos rumbo...

Iban ambos en plena güagüara y por lo que escuché, uno venía de pescar en el lago y el otro como que había pasado por él, como que para ir a trabajar. No sin antes de echarse un tentenpié.



¡Ay Jijo!, cuando le caímos al changarro de los agachados, nomás debieron de probar, tremendísima pancita que cocinan. Ya saben, acá una pancita dominguera. De esas que son de zaguán de casa vieja. De esas donde hacen la pancita en una ollotototota con el caldo hirviendo y sacando humo. Que te la sirven en el clásico plato hondo de mercado decorado como fina talavera. Con sus tortillitas hechas a manopla pelona. Su cebollita, limoncito, oreganito, salesita.

¡Aaaaaaaaay papeeeeeeeel!....

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