jueves, 11 de diciembre de 2008

Frío, bourbon y recuerdos

Sólo nos tomó 32 años hacer por primera vez un viaje solitos. Fue una de esas oportunidades que no tienes muy claro cómo te caen en las narices pero cuando te das cuenta ahí están y seguramente no se van a repetir.
Fueron sólo tres días a un vecino país del norte. Pero eso fue sólo físicamente. La verdad es que el viaje fue a 50 años atrás, a anécdotas que había escuchado hasta que me aprendí de memoria, a descubrir que si existe un lugar que siempre pensé que era algo como “el país de nunca jamás”, al que él volvía con los recuerdos y hacía hasta lo imposible por llevarnos con la imaginación.

Por primera vez en años me dejé llevar, sin una agenda pre-establecida, sin planes estructurados y esquematizados… ahí na’ más a donde nos llevara la vida.

Narrar el viaje completo resultaría muy largo, y aunque con el tráfico decembrino seguro nos daría tiempo, me limitaré a señalar algunos aspectos relevantes, o al menos curiosos.

Nos hospedamos en un hotel excelentemente ubicado, apenas a media cuadra del sitio al que llaman “the crossroad of the world” osea, Times Square, cuya principal característica era el espacio interior, baste decir que había que ir en fila india por los pasillos y que tenía yo que brincar su cama, para llegar a la mía porque no había otro espacio para pasar.


La agradable temperatura de Nueva York nos recibió ahí cerca de los 0°, eso cuando se ponía buena onda, porque luego le daba por disminuir y soltar un airecito que calaba hasta las ideas, motivo por el cual la verdad es que perdimos todo el estilo, pero no las ganas de caminar y caminar y caminar la ciudad. Bueno hasta de navegar alrededor de Manhattan temiendo que un iceberg se atravesara en el camino y nos arruinara el show.

Caminamos por toda una ciudad que no hay mejor forma de conocer que codeándose con su gente en las abarrotadas banquetas. Comimos donde nos agarró el hambre y el antojo, no sé si conocimos los sitios más sofisticados pero si los más “rumbosos” como diría el viejito. Viajamos en metro y hasta en tren. Visitamos museos y tiendas, comimos pretzels… bueno hasta tomamos bourbon con todo y que no nos gusta (“es que es muy gringo” declaró después de dar el primer trago y estar a punto de escupirlo).

Pero lo mejor, lo inigualable, fue un trayecto de poco más de una hora en tren, a las orillas del Hudson, para llegar a Poughkeepsie, ese lugar que resulta que si existe aunque no lo creíamos.

Llegamos sin la menor idea de para donde jalar, con la fortuna de que el Marist College resulta ser un sitio de harta relevancia para la comunidad osea que no fue tan difícil encontrarlo.

Fue llegar y ver su mirada cuando se le apareció el Donnelly Hall, el edificio que él ayudo a construir y que dejó en obra negra, para verlo hoy convertido en punto emblemático del lugar. Ya con eso valió la pena el viaje.

Lo demás, fue adicional. La caminata por el campus (impresionante por cierto), la hora y media en la tienda de souvenirs buscando algo para cada miembro de la familia, el recorrido por la biblioteca, la visita al Presidente del Colegio, los minutos en el mismo lugar que ocupó en la capilla en sus años de estudiante y los recuerdos que paso a paso nos iban alcanzando y envolviendo fueron aderezos al plato principal.

Si me preguntan, de manera un poco egoísta puedo decir que lo más maravilloso para mí fue el gusto de poderle regalar esa aventura. “Sólo a ti se te puede ocurrir hacer algo así” me dijo cuándo volvíamos y lo que pensé fue que por él valía la pena eso y más.

Y para qué negarlo, ¡me divertí como loca!

Hay lugares en el mundo que disfruto muchísimo. Mérida es mi infancia completa, mis mejores recuerdos, mi familia. Ixtapa es la playa, el descanso, el reventón para viejitos que se nos da tan bien. Madrid por alguna razón es mi lugar feliz, creo que en mi otra vida viví por allá. Pero si algo descubrí en estos pocos días, es que puedes crecer, cambiar, irte o volver, pero siempre habrá un lugar y una persona a la que podrás volver, no importa en qué lugar del mundo estés.


¿Con quién hice el viaje? Con mi alter ego, un hombre al que adoro y admiro: ¡mi papá!







PS Mi motivo de mayor emoción: me pidieron identificación para dejarme entrar a un bar!!! Eso hacía mucho, pero mucho que no me sucedía.

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