jueves, 25 de diciembre de 2008

rudos y técnicos

Bienvenidos a la corrida navideña. Como hoy nos la llevamos con calmita tenemos tiempo de remembrar, aunque el tráfico sea como lo soñamos todos los días.

Creo que en cuestión de jefes me han tocado toda clase de especímenes, desde los mejores que cualquiera querría tener, hasta aquellos que te hacen dudar de tu propia vocación.

Los peores.

El primero, el que supuestamente debería haber sido mi mentor, ¡JA! Éramos los responsables de generar el contenido para un programa de radio que salía al aire a las 5:00 pm. A las 4:30 debían estar todas las notas listas para que el conductor tuviera oportunidad de revisarlas y no lanzarse al ruedo a ciegas. Invariablemente, a las 3:00 pm mi jefe se sentaba a comer, misión que le tomaba una hora, entonces se levantaba y miraba con cierto tono de superioridad, mezclado con desprecio y (ahora lo sé) un dejo de malicia, el trabajo que yo había terminado. Ese era el que al final salía al aire.

Más adelante me topé, en diferentes circunstancias y momentos, con dos personajes que el cine a reflejado a la perfección. Les cuento:

Cruella de Vil, una mujer que siempre iba impecable, altiva y tronando los dedos para que su séquito corriera a su alrededor. Su misión era mantener a los clientes felices, para ello a todo decía que sí. Luego volvía a su fortaleza y gritaba órdenes a sus esclavos. Mi gran fracaso con ella: nunca he sido buena para dejar que abusen de mi, ¡mucho menos para quedarme callada! Y si, estuve a punto de convertirme en el cuello de su próximo abrigo.

La segunda, les dejo que adivinen. Entraba dando órdenes, lanzando una bolsa que más parecía una maleta y que si te descuidabas te noqueaba, estirando la mano para recibir su café. Entre otras cosas era misógina. ¡Sí! A los hombres del equipo los abrazaba y besaba, mientras que a las mujeres nos miraba por encima del hombro. En un par de ocasiones me tocó viajar con ella y entonces parte de mis funciones eran la cita en el SPA, coordinar al peinador, maquillista y asegurarme de que su ropa estuviera planchada a tiempo. Algo que siempre me pareció imperdonable es que con los externos era divina y encantadora, pero con su equipo era implacable y hasta injusta, de esas personas que tratan de resolver las cosas a gritos. Y saben qué, yo no soy perro para que me anden gritando. ¿Ya les sonó conocida? Si, ella también vestía a la moda.

Por cierto, dejé de trabajar con ella pero como este negocio es muy pequeño me la topo con cierta frecuencia. Sobra decir que ahora cada vez recibo un gran abrazo, acompañado de un beso y “el enorme gusto que le causa saber que me está yendo taaaan bien”.

Hay que reconocer, de estos especímenes algo aprendí: no eres nada sin tu equipo, nunca pidas algo que no estarías dispuesto a hacer y muérete en la raya por ellos, porque la única forma de tener su compromiso absoluto es comprometerse absolutamente con y por ellos.

Pero, hay que ser justos en la vida. Y como dije al principio también he tenido jefes maravillosos, jefes con los que comparto la filosofía y los principios. Créanme que después de las experiencias nefastas que pasé (no sé si es casualidad o a todos nos pasa, pero fueron justo en mis años de novata) me volví más quisquillosa y lejos de agradecer cualquier palmadita en la espalda desmenuzo a la gente hasta convencerme de merecen mi cariño y mi respeto.

En los últimos tres años me he topado en especial con dos jefes (aunque creo que a ninguno le gusta que le diga así) que me han reivindicado con las jerarquías y la autoridad.

¿Lo mejor que tienen? Es difícil decirlo porque son muchas cosas, creo que en todas coinciden. Son excelentes en su trabajo, ejemplos a seguir y personajes de los que en todo momento aprendes algo. Admirables como profesionales, comprometidos y talentosos. De esos que cuando no sabes para donde hacerte llegan con una idea genial y que piensas “ojalá un día a mí se me ocurra algo así”.

Además confían en su gente, te dejan improvisar, experimentar y arriesgar. Nunca te dejan sólo, reconocen, tu esfuerzo y tus triunfos pero comparten los tropezones que todos en algún momento nos damos.

Sin embargo eso no es todo, son además grandes personas. Saben, y no olvidan nunca, que antes que empleados todos somos seres humanos. En todos mis trabajos he pasado por algún momento personal difícil. Acá por primera vez sentí el cariño y el respaldo de mis “colegas”, a los que en esos tiempos sólo vi como mis amigos. Y por si fuera poco, encuentran la forma de hacer que el trabajo sea divertido y disfrutable, ¿qué más se puede pedir?

Una de ellas hoy está a muchos kilómetros de distancia, pero sigue y seguirá siendo mi amiga y mi mentora. El otro… está amenazado de muerte con moverse de donde está. Si señores, hay jefes que vale la pena hacer todo por conservar.

Cuando sea grande definitivamente quiero ser como ellos.

Y hasta aquí le dejamos, que se nos hace tarde pa’l recalentado. ¡FELIZ NAVIDAD!

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