Sintió algo frío, muy frío en el cuello. No tenía muy claro si era un afilado metal, la boca de un cañón o sólo la reacción de su cuerpo a la voz que le había susurrado “arriba las manos”.
Estaba muy oscuro, por supuesto no vio ni siquiera una silueta acercarse. Lo extrañó fue que tampoco escuchó ruido alguno, ni una pisada, un eco… nada.
Seguía con la helada sensación en el cuello, mientras se iba desplazando por toda la espalda. Trataba de agudizar los sentidos, buscando identificar si había alguien más, alguien que pudiera intervenir, aunque no necesariamente sería para bien.
Siempre se consideró valiente, lo suficiente como para reaccionar con sangre fría en un momento así, pero las situaciones hipotéticas generalmente no se parecen a la realidad.
Ahora sentía cada músculo tenso, le hormigueaban los brazos y las piernas, no lograba concentrarse en nada, ni en la idea de correr o tirarse al piso, ni en pensar en encarar al misterioso sujeto que estaba a su espalda, ni en defenderse. Cada pensamiento se atropellaba con los demás.
Hacía ya un tiempo que portaba un arma, sin importar las advertencias de todos. En ese momento le retumbaba una en particular “si sacas una pistola, es para usarla… o sales perdiendo”. Poco a poco esa frase empezó a imponerse sobre el resto de sus pensamientos. Sintió la pistola en su costado y se armó de valor.
Un rápido movimiento, un sonido seco y una silueta cayendo al piso.
“¡No mames wey! Era broma” apenas alcanzó a decir su mejor amigo, sangrando en el piso, mientras soltaba el pedazo de fierro con el que le quiso asustar.
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