Salgo a la calle y conduzco no sólo con cuidado sino además con cortesía y respetando cada una de las señalizaciones y disposiciones viales de la ciudad. Sonrío a todos quienes me topo en el camino.
En la oficina no pierdo un solo minuto en redes sociales, Messenger, mail, fotos, ni cosa por el estilo. Mis ocho horas son 100% productivas para poder salir de la oficina en punto.
Llego a casa y empiezo a poner orden en mis papeles, cajones, clóset y demás. Este año no se me van a acumular tarugadas en cada rincón. Tiro todo lo que no sirve y regalo lo que ya no me pongo.
El refrigerador y la despensa están en estricto orden y las calorías incluidas en ambos pueden contarse con facilidad. La cava está cerrada, al menos hasta el viernes, nada de la copita de vino o el tequila todas las noches (aunque el doctor insista en que es bueno para la circulación y el PH), sólo en fin de semana. Claro que ya no hay cigarros, en ningún rincón del hogar.
Desde que me desvisto separo la ropa blanca de la de color, la de tintorería de la que se lava en casa. El reloj, los anillos, las pulseras y los aretes van a su correspondiente lugar y no se quedan solo aventados en el buró, lo mismo que los zapatos y el cinturón.
No, no es que sea obsesiva. Es que estoy cumpliendo religiosamente con mis propósitos de año nuevo:
- Hacer ejercicio
- Comer sano y, por lo tanto
- Bajar de peso
- Ser un ciudadano responsable y respetuoso
- No trabajar horas extras
- No acumular papeles y tener en orden la casa
- Dejar de fumar
- Dejar de beber (al menos entre semana)
- Bla bla bla
En pocas palabras BULL SHIT!!!
No conozco una sola persona que no jure sobre las uvas al menos uno de los propósitos anteriores, menos aún conozco alguien que en realidad los haya cumplido durante el año.
Lo único a lo que nos llevan estos falsos compromisos es a que al menos durante un par de meses el gimnasio sea intransitable, para esos maniáticos que sí vamos todas las mañanas como parte de una terapia y no de una débil voluntad. Que cuando buscas a alguien para ir a tomar algo un miércoles o jueves que estás a punto de matar al mundo entero no haya quórum, mismo caso cuando quieres ir por unos tacos de “cochi”, pedir una pizza o desayunar una torta de tamal.
Pero la pesadilla empieza desde antes. Para mí los rituales del 31 de diciembre son parte de la diversión pero nada más. Eso sí, las 12 uvas no las perdono, con sus respectivos deseos. Confieso culpablemente que suelo dedicar un par de ellos a mis amigos o familia y sus proyectos (qué quieren, una vez al año me pega lo cursi), pero fuera de eso lo demás me parece sólo como para ver quién puede hacer más tarugadas en el menor tiempo.
Por ejemplo:
Barrer la casa hacia afuera, salir con maletas a la calle, comer lentejas (además qué asco!!), quitarse los calcetines viejos, tirarlos al fuego y ponerse unos nuevos, poner un billete de la mayor denominación posible dentro del zapato, comer las uvas, abrazar a los parientes, enviar y recibir mensajes, tomar una copa de algo espumoso… y otras que de momento se me olvidan.
Sólo para evidenciar lo inútil de estos asuntos, el año pasado fue el primero que no salí a la calle con maletas… también fue el año que más he viajado en mi vida!!! De haber sabido me evitaba el ritual mucho antes.
Como sea, reconozco que me gusta el año nuevo. Me gusta esta sensación de un año nuevecito, con 365 días listos para estrenarse y hacer de ellos lo que queramos.
Después de años de propósitos, voluntades y tradiciones he llegado a una conclusión. La mejor forma de recibir el año es con gente a la que quieres, una buena copa burbujeante en la mano y riendo hasta que te falte el aire.
Yo empiezo este 2009 al volante, eso ya tiene que ser buen augurio.
Bienvenidos a la ruta y lo único que les puedo desear es: sean muy, pero muy felices!!
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